Hitler dijo en 1942:
- Dentro de diez años la expresión "el Führer" habrá adquirido un carácter impersonal. Bastará que de a ese título una consagración oficial para que se borre el de Canciller del Reich. Incluso en el ejército se dice ahora "el Führer". Este título lo llevarán más tarde personas que no tendrán todas las virtudes de un jefe, pero contribuirá a asentar su autoridad. Se puede hacer de cualquiera un Presidente, pero no es posible dar el título de Führer a un patán. También está bien que todo alemán pueda decir "mi Führer", los otros no pueden decir más que "Führer". Es extraordinaria la rapidez con que esta fórmula ha tomado derecho de ciudadanía. Nadie se dirige a mi en tercera persona. Todo el mundo puede escribirme: "Mi Führer yo le saludo". He concluido con la tercera persona y dado el golpe de gracia a los últimos vestigios de la servidumbre, esas reminiscencias de la época feudal. No se cómo nació la expresión, yo no intervine en ello para nada. Fue algo que se implantó de pronto en el pueblo y poco a poco tomó una forma usual. ¡Qué bien inspirado estuve rehusando el título de Presidente del Reich! ¿Imaginan ustedes esa frase? ¡El presidente Adolf Hitler! No hay título más bello que el de Führer, ya que nació espontáneamente del pueblo. En cuanto a la expresión "Mi Führer" pienso que surgió en los labios de las mujeres. Cuando quería causar efecto sobre el "viejo señor" me dirigía a él diciéndole "señor Mariscal". Únicamente en las ceremonias oficiales le llamaba "señor Presidente". Hindenburg fue, sin embargo, el que dio prestigio al título de Presidente. Son matices que pueden parecer bagatelas, pero tienen importancia. Es lo que da consistencia al cuadro.
Sobre sus tropas de choque:
- En 1923 mis tropas de choque incluían elementos extraordinarios: hombres que se unieron a nosotros con la idea de formar parte de un movimiento que progresaba rápidamente. En tiempo de paz tales elementos no son útiles pero en los períodos turbios es muy distinto. Aquellos mozos me rindieron en esa época servicios inapreciables. Cincuenta burgueses no valían tanto como uno solo de ellos. 'Con qué confianza ciega me seguían! En el fondo, eran niños grandes. ¿Su pretendida brutalidad? Simplemente, estaban algo próximos al estado de la naturaleza.
- Yo nunca cesé de decir a mis partidarios que nuestro éxito era una certidumbre matemática, pues a diferencia de los socialdemócratas, nosotros no rechazábamos a nadie de la comunidad nacional.
- No se nada del más allá, y tengo la honradez de reconocerlo. Otros saben más que yo, y soy incapaz de demostrarles que se equivocan. No pretendo que pueda imponer mi filosofìa a una campesina. Todo conduce al sentimiento que el hombre posee de su impotencia. Esta filosofía en si, no tiene nada de pernicioso. Lo esencial, en efecto, es que el hombre sepa que la salvación consiste en que cada uno se esfuerce en comprender la Providencia y en aceptar las leyes de la naturaleza.
- Nuestros antepasados eran particularmente tolerantes para los robos de alimentos. Cuando el delincuente podía probar que no le animaba más que el hambre y que sólo había robado para aplacarla, no era castigado. Hacían una distinción entre actos que perjudicaban o no a la vida de la comunidad. Según el derecho actual, puede suceder que el que mata una liebre sea castigado más severamente que el que mata un niño.
- ¿Somos nosotros los que hemos creado la naturaleza y establecido sus leyes? Las cosas son como son y nada podemos hacer. La Providencia ha dotado a los seres vivientes de una fecundidad sin límites, pero no ha puesto a su alcance, sin que esto necesite un esfuerzo por su parte, el alimento que necesitan. Está muy bien así, ya que es la lucha por la existencia la que produce la selección de los mejores.
Sobre sus tropas de choque:
- En 1923 mis tropas de choque incluían elementos extraordinarios: hombres que se unieron a nosotros con la idea de formar parte de un movimiento que progresaba rápidamente. En tiempo de paz tales elementos no son útiles pero en los períodos turbios es muy distinto. Aquellos mozos me rindieron en esa época servicios inapreciables. Cincuenta burgueses no valían tanto como uno solo de ellos. 'Con qué confianza ciega me seguían! En el fondo, eran niños grandes. ¿Su pretendida brutalidad? Simplemente, estaban algo próximos al estado de la naturaleza.
- Yo nunca cesé de decir a mis partidarios que nuestro éxito era una certidumbre matemática, pues a diferencia de los socialdemócratas, nosotros no rechazábamos a nadie de la comunidad nacional.
- No se nada del más allá, y tengo la honradez de reconocerlo. Otros saben más que yo, y soy incapaz de demostrarles que se equivocan. No pretendo que pueda imponer mi filosofìa a una campesina. Todo conduce al sentimiento que el hombre posee de su impotencia. Esta filosofía en si, no tiene nada de pernicioso. Lo esencial, en efecto, es que el hombre sepa que la salvación consiste en que cada uno se esfuerce en comprender la Providencia y en aceptar las leyes de la naturaleza.
- Nuestros antepasados eran particularmente tolerantes para los robos de alimentos. Cuando el delincuente podía probar que no le animaba más que el hambre y que sólo había robado para aplacarla, no era castigado. Hacían una distinción entre actos que perjudicaban o no a la vida de la comunidad. Según el derecho actual, puede suceder que el que mata una liebre sea castigado más severamente que el que mata un niño.
- ¿Somos nosotros los que hemos creado la naturaleza y establecido sus leyes? Las cosas son como son y nada podemos hacer. La Providencia ha dotado a los seres vivientes de una fecundidad sin límites, pero no ha puesto a su alcance, sin que esto necesite un esfuerzo por su parte, el alimento que necesitan. Está muy bien así, ya que es la lucha por la existencia la que produce la selección de los mejores.