Lo que más gustaba a Hitler era acudir al teatro, al cine o a la ópera. Pero, debido a su gran popularidad, no podía asistir a ningún lugar público sin que se armara un gran revuelo de admiradores que iba creciendo y creciendo. Así que optaba por refugiarse en el Berghof. A dos kilómetros de la casa, se construyó un salón de té. Siempre iban hacia allí caminando. Su perra y los perros de Eva Braun disfrutaban mucho con ese largo paseo. Después de cenar se solía proyectar una película. Todos los adelantos en cuestiones cinematográficas le eran instalados a Hitler. Así pues, se le proyectaban películas en estéreo y, por supuesto, en color. También en el Berghof había un televisor. Después de la película a Hitler le gustaba reunir a sus invitados alrededor de la chimenea . Le gustaba hablar de todo tipo de cuestiones y, parecía que nada se le escaba a su saber. Se hablaba de arte, de teatro, de arquitectura. Poseía una memoria increíble y era capaz de recordar toda clase de fechas históricas, incluso el tonelaje de cada flota del mundo. El calendario de la flota alemana se lo sabía de memoria y no era raro que pusiera en apuros a sus oficiales haciéndoles preguntas que no podían contestar. Conocía todas las marcas de coches así como sus características. Si alguien le contradecía, Hitler no se enfadaba, sino que apostaba entonces y, generalmente, siempre ganaba.
Le gustaba contemplar el fuego de la chimenea. Se acercaba mucho a las brasas y se entretenía echando leña. En esos momentos se servía té o café. Incluso toleraba que se bebiera algo de alcohol, a pesar de que él era un convencido abstemio. En ese ambiente también le gustaba relajarse con música. Poseía una gran cantidad de discos. Como es sabido, le gustaba Wagner, aunque también Strauss y las sinfonías de Beethoven. En cuanto a música ligera, la que más le gustaba era "La Viuda Alegre". No le gustaba nada Tchaikowsky. En una ocasión la esposa de Baldur von Shirach le llevó un disco de "La Patética de Tchaikowsky" y mandó quitarlo al momento.
También le gustaban las discusiones médicas entre especialistas. Le gustaba mucho escuchar con paciencia y hacía preguntas que eran para él desconocidas. Aquellas discusiones médicas podían durar horas y Hitler solía identificarse con las enfermedades que describían los médicos.